Declaración de intenciones, volumen I.

Últimamente vengo pensando no ya en las cosas que nos hacen felices, como decía tiempo atrás, sino en las cosas que nos hacen ser como somos. Me refiero, especialmente, a las cosas que están haciendo que mi vida cambie por momentos. Las cosas que me están conviertiendo en una antisocial, que están haciendo que las visitas aumenten exponencialmente (sí, adoro las matemáticas y adoro las funciones). Y sobre todo, en las crisis existenciales que todo ello está generando. Me preocupo, a pesar de todo, sin saber muy bien por qué. Realmente, no tiene demasiado sentido intentar ver más allá de lo que se encuentre delante de nuestros ojos, de los acontecimientos evidentes y de los detalles reiterados en proceso de convertirse en costumbres. Pero estaba tan equivocada... Lo cierto es que, después de un día como el de hoy, en el que he dado material para tejer trajes a medida hasta en una reunión familiar, saliendo victoriosa de ello y con una cara de felicidad inmensa, me he preguntado, ¿y qué más da? Pues sí, y QUÉ-MÁS-DA, que mi vida haya cambiado, que mi círculo de amistad se vea sumamente reducido, que mi conducta sea del todo criticable, que sea una antisocial y que prefiera mi iPod antes que a la gente. Repito, QUÉ-MÁS-DA. No necesito nada más, soy feliz, tal cual. Con mis sábados en Madrid o sucedáneos, con compañías amebales, con distancias insoportables, con enamoramientos fugaces. Ahora, mejor que en ninguna otra ocasión, puedo parafrasear aquello de francamente, cariño, me importa un bledo sintiéndome del todo conforme y de acuerdo con ello. Creo que le estoy cogiendo cariño a esta situación. Nunca he pretendido sentirme aceptada o integrada en este nuevo lugar en el que iba a encontrar gente del todo interesante. Soy una marginada social (a la par que borde), y seguiré siéndolo con quien me interese, por MUCHO tiempo que pase. Prefiero ser rara a una pringada más, diría mi madre delante de tan apestosa prole. Incomprendida, tal vez. Maleducada, también. Pero ya me estoy acostumbrando a este nuevo rol que se me ha asignado.

Pero ahora, más que nunca, me comes el coño mientras desde el móvil soy partícipe de los últimos momentos ilegales de cierta fan de las mandarinas (fea como ella sola). Y sin más, me retiro. No sin antes advertir que sigo teniendo en gran estima a ciertas personas, aunque sean minoría absoluta, adorada y privilegiada minoría. En ellos está el futuro.

3 comentarios:

J. dijo...

DIOS, ESA FRASE, ME COMES EL COÑO EN CURSIVA DIOS LOS PELOS DE PUNTA HIJA.
SI REALMENTE ME COMEN EL COÑO PORQUE ME IMPORTA UN BLEDO LO QUE MIRES, CRITIQUES, RIAS.
NOS IMPORTA UN BLEDO ESTAR SOLOS.
Y-QUE
Y
QUE


TEAMO, Y QUE LO QUE DIGAN.
TE AMO Y QUE LO QUE DIGAN, ME COME EL COÑO

Vértigo dijo...

¡Díiiiiiii que sí! Jo-der.
Oh, eras tú, el personaje que se encontraba al otro lado del móvilucho.

Adriana Pujol García dijo...

Sé quien tú quieres ser, no quien quieren que seas.
te quiero.