Los sábados son puntos de inflexión en mi vida, lo cual resulta una paradoja increíble si tenemos en cuenta que transcurren de un modo completamente insustancial. Lo pretenda o no, siempre termino encerrada entre mil hojas y sonidos hiperbólicos, casi tan hiperbólicos como yo misma, meditando sobre mis necesidades vitales. Un vodka con limón de estimulante, los viernes con compañía y en Madrid, una biblioteca y libros viejos que descubrir, terminar parados enfrente de mi estantería favorita, una sonrisa furtiva, hablar, de cualquier cosa, pero hablar, los pintalabios oscuros robados a mi madre, hacerte ver que no me quiero ir y, sobre todo, que no quiero que te vayas, leer estudios de Derecho penal alemán y replantearme mis hasta ese momento claras y definidas aspiraciones, los comentarios críticos, la reminiscencia que me conlleva el Romancero gitano, compartir literatura, las mandarinas, el postre especial de mi casa los sábados por la noche, sentir que las ganas de vivir son más fuertes que cualquier adversidad, notar la humedad fuera y estar segura de que esta vez no me alcanzará, marzo, los kleenex con aloe vera y la vaselina de plátano. Es genial haber descubierto el verdadero impulso de mis días. Al menos en este ahora. El futuro ya vendrá, yo no tengo prisa.

1 comentario:

Javier G. Calabria dijo...

Incluso el futuro pasa. Disfruta.