Que la vida es cruel todos lo sabemos. Constituye una de esas verdades universales de las que, además, se hace apología. Pero el que seamos conscientes de ello y, en caso afirmativo, hasta qué punto, es algo sobre lo que guardo serias dudas. Llevo ya cerca de media hora intentando completar este hueco en blanco, en parte para conseguir rellenar algo en mi vida, en parte para explotar por alguna de las posibles vías. Y soy incapaz. Soy incapaz de conjugar palabras, hacer que tomen un significado. Del mismo modo que soy incapaz de digerir algo que mi cerebro aún no quiere creerse. Es como si en mi cabeza se hubiera alzado un muro con la finalidad de impedir la entrada de cierta información. La historia se repite dos años después y yo no puedo asimilarlo. Que te vas a ir igual que se fue ella. Que, a pesar de todo, estamos tan poco preparados como lo estábamos entonces. Los preámbulos no han servido de nada. El concienciarme no ha sido más que una tortura anticipada. Porque la única y universal realidad es que estoy en el suelo de la habitación de mi hermana, pretendiendo calmarme al tiempo que golpeo el teclado y sufro la nube que, por ósmosis, ha pasado del cielo a mi cabeza. No puedo frenar mis recuerdos. No puedo evitar verte despertándome a las seis de la mañana para bajar por la cuesta de al lado de la casa del pueblo, para cogerme la mano y decirme: "aguarda, Adriana, que vamos a ver amanecer en el campo". No puedo evitar recordar tu interés en la política, el brillo de orgullo en tus ojos cuando me explicabas cosas que conocías tan bien y que a mí tanto me extrañara que supieras. Tan pragmática como soy. Me decías que tuviera cuidado con las zarzas, que no fuera tan contestona y algo más simpática, que no repitiese las cosas tanto, que estuviese más pendiente y bajara de mi mundo, que no me agobiara inútilmente, que yo podía, que confiabas en mí. Los sustos que te daba, y las veces que te levantabas y pasabas por mi cuarto para ir al baño. Qué lejano parece y qué poco tiempo ha pasado, ¿verdad? Supongo que influirá el saber que nunca más podré vivir eso, que lo aleja eternamente. Siempre te he creído tan fuerte como un pilar. Siempre te pensé como una resistencia, como un titán. Y duele oír con rotundidad que no saldrá bien; duele que te hablen de un final.