Aunque con dos días de retraso, bienvenido seas, septiembre. El mes en el que todo se tercia de color pastel, desde el suelo hasta el cielo. Me gusta la tranquilidad y la seguridad que me aporta el volver a la rutina, a los quehaceres, a la ocupación. La ociosidad de los últimos días de verano es inevitablemente aterradora. De primeras, odio agosto y su monotonía, aunque luego, para mi pesar o mi sorpresa, ocurran cosas maravillosas en sí mismas. Noches en cualquier casa, los zapatos azules y los tickets de Renfe y metro en el bolsillo. Falta de estabilidad y demasiadas horas para pensar. ¿El presente sería diametralmente opuesto si tú y yo no nos hubiésemos conocido de ese modo y en esas circunstancias? Nadie puede contestarme, ni siquiera tú (ergo, eres nadie), y ahora llueve.