Los trenes no esperan, las oportunidades tampoco. Podemos tratar de controlar el tiempo para alcanzarlos con solvencia. Dejarnos absorber por los minutos asumiendo que tendremos que aguardar al siguiente. Correr con el fin de llegar a ellos antes siquiera que la luz, que nuestra respiración se corte y nuestro alma escape por cada uno de nuestros poros; confiar en que entonces se cumplirá el margen de error e incluso quedarán aún asientos sin ocupar. O subirnos a él en marcha. A veces, el fin sí justifica los medios.

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