Siempre había música. En aquellos lejanos veranos se bailaba y cantaba en las calles de Brooklyn. Aunque los días podían parecer alegres, había algo triste en aquellas tardes estivales, en aquellos chicos de cuerpo flaco, pero todavía con las curvas de la niñez en el rostro, que rondaban cantando con voz monótona y taciturna. Era triste ver a aquellas criaturas, de apenas cuatro o cinco años de edad, tan precozmente gobernándose solas. El Danubio Azul resultaba tan triste como mal tocado. Los ojos del mono aparecían tristes bajo su gorro colorado. El sonido del órgano escondía tristeza tras su aguda alegría; como los caricatos que entraban en los patios interiores y entonaban: si de mí dependiera nunca envejecerías.
Eran vagabundos, tenían hambre y carecían de talento musical. Lo único que poseían era espíritu para apostarse en un patio gorra en mano y cantar a gritos. Era triste saber que ese espíritu no les serviría de nada y que estaban irremediablemente perdidos, como parecía estarlo todo el mundo en Brooklyn cuando atardecía y los rayos de sol, a pesar de brillar con firmeza, eran ya débiles y no daban calor.

3 comentarios:

Psicodélica dijo...

ME HA ENCANTADO!!
:):)

deadbeat dijo...

I love you, my lovely Carl.

Bárbara dijo...

quizás todos solemos tener algún talento musical, (escondido). Incluso aquellos vagabundos..

Un beso