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Hay días en los que la paz existencial es irremediable y otros que, sin embargo, están bañados en estrés de principio a fin, a pesar de mis múltiples y vanos intentos por evitarlo. Hoy es uno de estos últimos. Me he sentado encima de un chicle, destrozando mis pantalones, chaqueta, pañuelo y camisa, y lo peor es que de fondo oía a mi profesora de Microeconomía comentar que la nota media de la clase en el primer parcial era un simple e insuficiente 2, lo cual no me hubiera afectado si sus correcciones y mis respuestas hubiesen coincidido. Pero no, éso es pedir demasiado y tú, Adriana, no mereces que tan benevolente petición se te conceda (a pesar de todo el tiempo dedicado a la asignatura). Genial, oye, cosas como éstas hacen sentirme completamente inútil. Y, para terminar de rematar el día, en una hora y media tengo que hacer un examen online de Contabilidad, que mi profesora es una obsesa de la ultramoderna plataforma estudiantil y se piensa que yo también debo serlo, sin darse cuenta de que el noventa por ciento de las veces que necesito que la constelación se alinee, ésta conjura y termino perdiendo la conexión o quedándome sin batería (es igual, la impotencia viene a ser la misma).
Por cierto, ayer vi la última de Harry Potter (excelente adaptación) con la escoria después de un café express rodeada de buenas fotos, música relajante y amigos; los de siempre, los buenos. Para demostrarme que en mi vida a veces las cosas funcionan y el equilibrio no es tan imposible. Y menos mal, porque si no, no sé de dónde sacaría fuerzas para soportar momentos como los de hoy.


Gracias a canciones como ésta a veces veo la luz y, con ella, la paz interior necesaria para poder seguir.

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