Mi nombre es Adriana, pero igualmente podría haberme llamado Amalia de no haber sido porque un familiar en Barcelona tuvo una hija una semana antes y se anticipó al escogerlo. También podría haber sido Álvaro, pero descubrieron casi en el último momento que el cromosoma Y me lo había comido, quién sabe si para vomitarlo luego, y tuvieron que quebrarse para encontrar un nombre con personalidad propia (que vino de la mano de un intento de músico frustrado). Iba a ser un parto sencillo, fácil, dada mi colocación perfecta. Cosas del destino que en el trayecto planta-paritorio decidí darme la vuelta y llegar al mundo como luego iba a vivir en él: de culo. Con una bienvenida así, ¿de verdad me sorprendo de lo que pueda ocurrirme? Llega un punto en el que prefiero mirar por la ventana fijamente, intentando encontrar el horizonte, amén de que estos bloques no me dejen ver más que una pared blanca con ventanas rojas. No me gusta el rojo.

Y pienso, porque en ocasiones llevo a cabo tal esfuerzo a pesar de que no me haga ningún bien, que mañana tengo un examen de inglés y mis conocimientos sobre los solicitors, barristers y general attorneys son bastante escasos (por no decir inexistentes). Así que, ante la desesperación, termino llegando a las más diversas conclusiones. Total parcial: quiero abrir la ventana y gritar hasta que duela. Total general: te necesito. Valga el (intento de) guiño literario.

1 comentario:

Flaviani. dijo...

Alguna razón por la cual todos los nombres sean con A? Es curioso jajaja