Quizá tengas razón y debería dejar de escuchar cierta música. De escuchar cierto grupo. Quizá no tendría que haber comprado un disco tan tóxico, ingenua de mí. ¿De verdad pensaba que algo iría mejor o conseguiría aliviarme? No aprenderé nunca, lo asumo. Seguiré siendo la misma estúpida y embobada que aspira a algo indefinido. La pura indecisión. La absurda ilusión. Pero llegados a este punto, para qué cambiar. Soy yo, reincidentemente yo. ¿Estaticidad? En cierto modo, hay cosas perennes en mí, tan aferradas que cambiarlas supondría un esfuerzo tan inmenso como intentar superar a Newton. La gravedad es una de las pocas cosas seguras en este mundo. Algo así como la muerte o los impuestos. Todo lo que sube, baja (a los hechos me remito) y, además, si tropezamos, caeremos con toda la fuerza de nuestro peso. Con casi la misma fuerza que guarda esta evidencia. No puedo pretender ir en contra de la ley de gravitación universal, ni siquiera puedo intentar evitarla, ser invisible para ella. Nuestro destino es tropezarnos para luego levantarnos. Sacar las fuerzas que aún resistan en algún recoveco de nosotros mismos, respirar. Respirar tan fuerte que nos duela. Al final todo pasa, a pesar de que en ocasiones pueda parecer que estás en punto muerto, en la nada. Sabes que la vida es eso (sin tilde, sí) y no nos queda más que asumirlo y seguir adelante. No se trata de contar las veces que te caes sino de vivir por los momentos en los que retomas el camino. Por las llamadas furtivas y tu voz sonando muy bajito. Porque me has encontrado y Tokio me quiere, aunque sea un poco.

1 comentario:

Von Trier dijo...

Desde Tokio te queremos, te quiere Cedric Diggory y te quiere norteña. Pero por eso no vas a dejar de pegar a rockers a medianoche.