— ¿Tú serías capaz de morir por un gran amor?
— Sí.
Ella se echó a reír.
— ¡Estaba segura! ¡Qué tontería!
— No veo por qué —dijo él, envolviéndola en una mirada cálida—. ¿Tú no crees en el amor, niña?
— No se trata de creer o no. A mí me inspira más confianza el deseo, es un sentimiento más digno y limpio. Naturalmente, siempre y cuando sea mutuo y no comporte ningún tipo de responsabilidad moral.
— Tú pides demasiado.
— Yo no, son los tiempos.
— No te entiendo.
— Pues chico, está muy claro —suspiró Teresa, pensativa—. Ésta es una época de transición, ¿no crees? Me refiero a los valores morales, que están de baja… — Con los brazos cruzados sobre el volante del automóvil, la mirada perdida en la noche del Monte Carmelo, la universitaria empezó a desarrollar su teoría acerca de por qué el amor está actualmente en crisis. Escuchándola con una leve sonrisa de tolerancia, o mejor dicho, adorando sobre todo su voz, por el placer de oírla, el Pijoaparte guardó silencio y luego intentó vanamente hacerla volver de nuevo a la realidad ayudándose con un juego pueril: encendiendo y apagando los faros del coche. Se aproximó más a ella, que seguía divagando, le apartó con el dedo un rubio mechón que le tapaba el ojo, se inclinó finalmente sobre su rostro y entonces, incomprensiblemente para ella (que ya se había callado, inquieta, sospechando por la proximidad del chico cuál iba a ser la enardecida respuesta que echaría por tierra toda su teoría) se inmovilizó, se echó hacia atrás, dejándola como estaba, y bajó del coche.
—Te las das de intelectual, de chica leída, ¿verdad? —dijo, cerrando la puerta de golpe—. Pues hasta mañana.
Y se alejó por la carretera en dirección al bar Delicias, con las manos en los bolsillos y silbando.

ÚLTIMAS TARDES CON TERESA, Juan Marsé.

1 comentario:

Flaviani. dijo...

aunque da una rabia flipante, adoro en el fondo que los tíos te dejen con las ganas