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Para defenderse del frío invernal, los erizos decidieron juntarse los unos a los otros para calentarse con su propio calor animal, pero, al acercarse, se pincharon y entonces se alejaron nuevamente; al alejarse, tuvieron de nuevo frío y se volvieron a acercar para calentarse, pero se pincharon nuevamente y, una vez más, se alejaron, buscando alternativas para protegerse del frío y de las picaduras. Todo esto hasta que, después de varios intentos, los erizos encontraron la distancia adecuada que les permitía no pincharse, sino calentarse, es decir, protegerse al mismo tiempo del frío y de la picadura. Con sabiduría, decidieron volver a estar juntos. Aprendieron así a convivir con las pequeñas heridas que la relación con un semejante muy próximo puede causar, ya que lo más importante era el calor del otro. Y así sobrevivieron.

PARERGA Y PARALIPÓMENA, Arthur Schopenhauer.


Febrero 2010, Malasaña

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