Hay mañanas que me invitan a imaginar bosques solitarios bañados en niebla. Mañanas con una atmósfera onírica, donde la felicidad apenas sí puede diferenciarse de la tristeza más pura. Como esa niña de vestido blanco que, tras correr pradera abajo con gran emoción, termina recostada en el frondoso césped, llorando porque la margarita que había cogido al inicio de su aventura está destrozada y porque el paisaje que vislumbra es tan bello que reprimir las lágrimas resultaría imposible o un delito. Mañanas de gran incapacidad para distinguir entre arriba y abajo. Mañanas de caminos complicados. De luces tenues y concentradas. De esperanza y pérdida. De efusividad y reposo. De realidad y ensueño.

1 comentario:

sazon-nada dijo...

Da gusto leer lo que escribes.. Los dibujos son tuyos?