Son muchos minutos los ya perdidos. Tiempo, precisamente lo único irrecuperable. Y, a pesar de ello, la más sana conclusión que puedo acariciar es la más absurda de todas las probables. Quizá el secreto está en el total desligue, en aparcar la preocupación por la plenitud y asumir el vacío. Igual ése es el único método para ser feliz, para comprender al fin lo que sucede entre mi mundo y el tuyo —tan terrible y lejano—, para alcanzar una existencia conforme a la mejor alternativa posible. Tal vez negándome a mí misma consiga colocarme en tu posición, entenderte. Suponiendo que discernir conlleva, en última instancia, la paz.

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