Hay días y días. Bien, hoy no ha sido ninguno de ellos. La congestión atrofia todo intento de razonamiento y me descubro en mi trayecto habitual de tren observando Madrid desde la ventana, en un desierto cerebral preocupante. Pero preferible. Eso siempre. El coste de oportunidad es horroroso. De negativo, vaya. Odio pensar que mi vida es una ley en blanco, ni siquiera incompleta. No son más que continuas y constantes remisiones a hechos pasados, y lo peor de todo es que alcanzo la desnaturalización neuronal intentando averiguar cómo conseguí solucionarlo entonces. Ante eso no me queda más remedio que sonreírme a mí misma de un modo retorcido. Y ahí está, lo estaba esperando. Es ese pensamiento que desde hace tiempo habita en mí, son esas palabras que alguien me dijo hace unos meses en un encuentro del todo casual. Entonces recuerdo que un encuentro casual es lo menos casual en nuestras vidas. Duele darte cuenta de todo lo que has tirado por la borda, de todo lo desperdiciado a cambio de algo totalmente intangible e incluso irreal. Algo que no sustentaba más allá de las meras apariencias. Y ahora ya soy incapaz de retrotraerme, no queda más remedio que aguantar en pie con mejor o peor cara. Ojalá pudiera exigir responsabilidad contractual a alguien. Quizá, entonces, tal vez...


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